lunes, 3 de octubre de 2016

El Desafio Permanente del Testimonio Cristiano

El Testimonio Cristiano de la Iglesia

Se diría que hacer mención hoy del “testimonio cristiano” de la Iglesia conlleva en sí un gravísimo riesgo: emplear, de entrada, un nombre que no es bien comprendido. La razón es muy simple. Se trata de un concepto tan manido, tan gastado desde hace siglo y medio, e incluso del que se ha abusado tanto en ciertos medios religiosos contemporáneos, que, o bien ya no significa nada, o bien se le atribuyen sentidos completamente ajenos a su propósito original. Si algún día un estudiante universitario de las especialidades de lengua española o de lingüística general quisiera hacer de éste un tema de estudio semántico, sin duda elaboraría una bonita e interesante tesis doctoral.

Lo cierto es que, en el libro de los Hechos de los Apóstoles 1:8, resuenan claras las palabras del Señor Jesús cuando dice: me seréis testigos. Con lo que él mismo define sin mayores complicaciones en qué consiste el testimonio de la Iglesia, es decir, del conjunto de fieles cristianos: estamos llamados a ser testigos suyos, de él, de su persona, sus enseñanzas y sus hechos portentosos, o sea, de cuanto él es, significa y representa para nosotros y para todo el conjunto de los seres humanos. Dicho de otro modo: no somos testigos de una idea filosófico-teológica más o menos genial, de un conjunto de doctrinas o de dogmas mejor o peor estructurado, de una noción moral más o menos elevada, o de un programa sociopolítico más o menos ambicioso. Somos testigos de Cristo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Tal es el alcance y el límite de nuestro testimonio cristiano.

El reto que ello nos impone es de esos que hacen temblar cielos y tierra. Estamos en este mundo para que nuestros parientes, vecinos, amigos, conocidos, conciudadanos y todos cuantos englobamos en el concepto genérico de “prójimo” vean, entiendan o perciban que tenemos algo que compartir acerca de Jesús. Es decir, que tal como enfoquemos a Jesús, así lo proyectaremos. Y aquí reside la clave del problema: ¿cómo entendemos a Jesús? ¿Quién es él para nosotros? Los escritos sagrados del Nuevo Testamento lo presentan siempre de manera harto positiva: Señor, Salvador, Redentor, Sumo Sacerdote, Rey, Príncipe de Paz, Buen Pastor, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, vale decir, una serie de imágenes a cuál más enriquecedora de Alguien que tiene como finalidad suprema de su existencia bendecirnos y redignificarnos. Incluso en aquellos pasajes de los Evangelios o del Apocalipsis en los que aparece más indignado (¡y con razón!), su misión es redentora: la justicia de Dios siempre reivindica a su pueblo, nunca se muestra como una simple venganza o un vulgar ajuste de cuentas.

No nos extrañe en absoluto, por tanto, que, desde hace casi veinte siglos exactos, el Nuevo Testamento, los Padres de la Iglesia, los grandes teólogos medievales, los Reformadores y los pensadores cristianos contemporáneos hayan hecho tanto hincapié en la Theologia Crucis (“la Teología de la Cruz”), enfocando el sacrificio supremo de Cristo a la luz de su Resurrección y de su victoria.

El mejor testimonio que la Iglesia hoy puede dar acerca de su fe no es, por tanto, una violenta apología contra nadie, ni tampoco un moralismo estricto que ignore las crudas realidades humanas. Y por supuesto, no tiene nada que ver con catastrofismos a la carta ni con tomas de postura radicales frente a modas o ideas pasajeras. Estamos aquí para proclamar a Cristo, es decir, para transmitir esperanza, cariño, comprensión y paz, lo que todos necesitamos, creyentes y no creyentes. De lo otro, ya hay demasiado y demasiados que lo difunden sin parar.

Si nuestra parroquia hace de cada culto dominical, en su liturgia, su exposición de la Palabra y su práctica sacramental; de cada estudio bíblico impartido y de cada acción social de ayuda a los necesitados, un anuncio del Jesús que viene a las vidas de los hombres para traer esas bendiciones, habrá cumplido con creces con su cometido en la ciudad de Alicante y su área de influencia.


Tomado del Mensaje del Pastor
Elaborado por Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga